Transporte (in)accesible

Si vives en la Comunidad de Madrid y tu movilidad es reducida, o viajas con humor y paciencia o no lo haces

 

Dominan el transporte público de Madrid mucho mejor que cualquier consejero o consejera de Transporte. Tienen más alternativas para llegar de un punto de la ciudad a otro que el taxista más experimentado. Más paciencia que cualquiera de nosotros en la cena de empresa. Y todo esto a su pesar. Muy a su pesar. No son superhéroes ni superheroínas, sólo son personas normales y corrientes para las que prácticamente la mitad del transporte público está vedado. Son personas con movilidad reducida.

Móstoles, un miércoles por la mañana en la calle Margarita esquina calle Dalia, cerca ya de la salida a la A5, cerca de la plaza de Toros. Estamos en una parada más abajo de la de su casa, ya que la esta tiene delante un muro de coches aparcados en batería que, con una silla de un centenar de kilos, se convierten en una barrera infranqueable tanto para ella como para el autobús, que no puede acercarse lo suficiente a la acera para desplegar la rampa que permita a Ana subirse. “Eso cuando hay rampa”, precisa Ana, con cierta ironía.

Porque si vives en la Comunidad de Madrid y tu movilidad es reducida, o viajas con humor y paciencia o no lo haces. Ana tiene que estar a mediodía en la calle Fuencarral y vive en la salida de la ciudad. Este trayecto, cogiendo el autobús en la última parada de Móstoles, te deja en Príncipe Pío en veinte minutos. Desde ahí, coger la línea 10 hasta Tribunal y subir las escaleras para ir a la calle Fuencarral deberían ser otros quince minutos, vamos a poner cuarenta minutos en total contando con algún retraso o que subamos un poco lento las escaleras. Ana necesita dos horas.

Pero no necesita dos horas en este “periplo”, como ella lo llama, porque su recorrido sea distinto. No le gusta dar vueltas en la circular del metro para ver la vida pasar, ni se para a tomar un café en Campamento. Lo hace por necesidad y precaución: conoce el estado de los autobuses urbanos e interurbanos tan bien o mejor que sus conductores. “Normalmente falla la rampa en un autobús, pero hay días que me encuentro dos o tres seguidos que no funcionan”.

Dicho y hecho. El primer autobús que llega, el número 598 de la línea 522, tiene la rampa automática estropeada. El conductor abre y cierra las puertas, acciona el mecanismo electrónico pero no reacciona la rampa. Se disculpa. Cierra la puerta. Arranca. “Los conductores en general son majísimos”, dice Ana, “dan el parte y no pueden hacer otra cosa. Me dicen que lo sienten y es lo único que pueden hacer”.

 

Ana conoce el estado de los autobuses tan bien o mejor que sus conductores. “Normalmente falla la rampa en un autobús, pero hay días que me encuentro dos o tres seguidos que no funcionan”

 

Rampas y partes o “ir a lo seguro”

“Hay un autobús en el que ya me río: el asiento donde voy -el puesto reservado para personas con movilidad reducida- está suelto y va pum pum, pum pum, golpéandome en la espalda y yo voy parándolo con la mano. Y hemos dado parte, el conductor y yo. Pero es que es apretar un tornillo”. Esta anécdota tan simple de Ana lo que esconde es la sensación que tiene con respecto a los partes y las quejas: “son cosas tan básicas que cada vez estoy más convencida de que no miran ninguno”.

Ana lleva la lista de los autobuses que han fallado. Los conoce tan bien que, cuando para este 598 de la línea 522 le pregunta al conductor por el número del siguiente autobús, temiendo que sea el 604, de la misma línea, otro con la rampa rota. El conductor le tranquiliza diciendo que ese no es el siguiente, es el que va después, que el que va a pasar ahora tiene rampa manual: al final la espera de este miércoles ha sido sólo de diez minutos adicionales y dejar pasar un autobús. Otro día podría haber sido más. O quién sabe, podría haberse subido a uno a la primera, como hacemos la mayoría de nosotros.

Este es uno de los motivos por los que Patricia ha dejado de ir en autobús a Madrid. Vive por el mismo barrio que Ana, pero ha decidido “ir a lo seguro, que es ir en metro”. “Ir a lo seguro”, en este caso, es tardar mucho más del doble en llegar a Príncipe Pío de lo que tardaría si cogiera el autobús en la parada más cercana a su casa.

“Ir a lo seguro” significa también que muy probablemente necesite ayuda para subir en la línea 10 en Puerta del Sur. Porque en el metro “ir a lo seguro” significa que 1 de cada 3 trenes viene con rampa, aunque Patricia nos precisa que sólo habla de “Metrosur porque es de los nuevos, porque si no en otras líneas me tienen que ayudar a subir y bajar del vagón en todos los trenes”. Como Ana, Patricia tira de humor ante lo absurdo y doloroso de la situación de “tener que esperar tres metros para poder subir a uno, o tres autobuses, una hora y media esperando… Si tienes que ir  a trabajar, un taxi o nada. O te metes en carretera con la silla”, se ríe.

Al final, acaban haciendo callo, aprendiendo de las experiencias y asumiendo el olvido de la administración. Un viaje normal para Ana y Patricia supone un esfuerzo que muchos de nosotros no nos plantearíamos hacer -o que alguien haga- para coger un metro. Ana, por su parte, tiene mapeados las estaciones accesibles y las que no, aunque siempre cabe la posibilidad de que haya ascensores que no funcionan que le suponen que tenga que “ir por otro recorrido para ir enlazando estaciones, con lo que un transporte de diez o quince minutos se convierte en tres cuartos de hora o una hora, eso en el mejor de los casos y que no tengas que volver otra vez al inicio”.

“Cada vez que salgo de casa llamo para saber si los ascensores de Getafe y el de Universidad Rey Juan Carlos están bien para saber si puedo ir o me tengo que ir a otra estación a coger el metro”. La opción de Patricia no deja hueco para las sorpresas, siempre y cuando sea en horario laboral. Porque a partir de las nueve y media de la noche, nos cuenta,  no hay nadie que le coja el teléfono. “Y si el metro está abierto hasta más tarde, debería haber atención telefónica hasta esa hora” razona, “porque yo tengo el mismo derecho que todos a coger el metro tarde, a tomarme una copa, a las doce o a la una”.

 

“Cada vez que salgo de casa llamo para saber si los ascensores de mis paradas están bien para saber si puedo ir o me tengo que ir a otra estación a coger el metro” nos cuenta Patricia

 

Línea inacC5ible

“No puedo ir a Atocha como una persona normal. La estación de Móstoles Central es accesible, pero sólo puedes subir al andén si quieres ver trenes y decirles adiós”, nos dice Patricia. La línea C5 de Cercanìas, que une Móstoles con Atocha y aparece año a año como la que más viajeros soporta de la red de Cercanías de Madrid, es inaccesible.

“Parece una contradicción pero es así”, certifica Ana “no hay vagones adaptados. No sé si es muy difícil habilitar un vagón que simplemente no tenga escalones. Son cosas inexplicables, que no entiendo”. En repetidas ocasiones, usuarios de todos las ciudades que atraviesa esta línea, así como asociaciones de personas con movilidad reducida y otros grupos comprometidos con el transporte sostenible y accesible han reclamado mejoras a Fomento, que haga accesible la línea. Pero la realidad es que si vives en Móstoles y tienes problemas de movilidad, sólo tienes disponibles dos de tres medios de transporte públicos.

Y esta situación tiene consecuencias de todo tipo, muy importantes algunas de ellas. Patricia, por ejemplo, no pudo aceptar un trabajo. ¿El motivo? El tren. “¿Cómo voy al barrio del Pilar? Aparte de que no es accesible la estación de allí, yo tengo dos horas en metro, mínimo, al no poder coger el tren. Si pudiera coger el tren llegaría en un momento a Chamartín, línea nueve y estoy en nada. Pero no puedo”.

 

La realidad es que si vives en Móstoles y tienes problemas de movilidad, sólo tienes disponibles dos de tres medios de transporte públicos: el tren es inaccesible

 

Escenas: empatía y ayuda
frente a legalidad

Una cosa que no cambia entre ir en metro o en autobús -o tren, si se pudiera acceder- son las múltiples situaciones que, dada la nula accesibilidad del transporte, se convierten en escenas. Uno de los motivos de la recurrencia de estas escenas es que el personal de las distintas empresas tiene prohibido ayudar  por si le pasa algo a la persona, a la silla, por si hay un accidente… “Si te ayudan es porque no hay más remedio, aunque ellos quieran”, nos cuenta Patricia.

“Una vez me tenía que subir en Loranca, que está lejos de todo si no es en metro, y se negaron a bajarme en la silla porque no podían. Así que me tuve que ir en silla hasta Hospital de Fuenlabrada, que es la parada más cercana, para poder subirme al metro”. Esto son más de dos kilómetros y medio en silla de ruedas para poder acceder al transporte público. Dos kilómetros y medio porque legalmente no pueden empujarla, pero porque tampoco tienen las herramientas necesarias para que todo el mundo pueda utilizar un servicio público.

Ana, por su parte, nos cuenta que si no le llegan a ayudar varias personas, con el permiso del conductor, a subirla al último autobús de la 523 en Príncipe Pío -porque, oh, sorpresa, la rampa no funcionaba-, tendría que haberse quedado más de una hora esperando al primer búho. Pero lo tiene muy claro: “esas personas se pueden hacer daño, se pueden escurrir, me puedo caer, se pueden caer ellos… y no tenemos por qué

funcionar de esta forma. Tenemos que tener las mismas oportunidades que todos los demás y valernos por nosotros mismos. No tengo por qué depender de otra persona que venga acompañándome para ver si esto funciona o para ver qué línea tengo que coger”.

“A veces dependemos de que alguien nos ayude, y está bien”, resalta Patricia, que coincide con Ana en señalar que “esa persona no tiene por qué estar pendiente. Yo podría hacer mi vida tranquilamente si la Ley de Accesibilidad Universal se cumpliera”. Porque, en efecto, desde el 3 de diciembre de 2017, fecha que marcaba como límite esta ley para la adaptación de todos los edificios y servicios a cualquier discapacidad, ninguna de estas situaciones habrían debido de producirse. Pero la ley, tal y como han denunciado varias asociaciones y organizaciones, no dispone de un procedimiento sancionador para las administraciones y empresas que lo incumplan, ni la Comunidad de Madrid ni el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad hacen nada para que se cumpla.

Hasta entonces, hasta que alguien decida hacer algo, seguirán las llamadas a Metro, la lista de autobuses para saber si ese es el bueno o el malo, ver pasar trenes y los “periplos” de horas que deberían ser minutos. Aunque Ana no descarta hacer como ya hiciera el Langui hace unos meses “ir a la cochera, en Alcorcón, y plantarme con la silla”.