A pesar de poseer uno de los sistemas electorales más enrevesados —sino el que más—, Estados Unidos de América tiene como espectador de sus polémicos comicios al mundo entero. No hay que ser experto para advertir que dependiendo de cómo se defina la presidencia del país norteamericano, la influencia será una u otra en la palestra económico-política del resto del planeta, ya que a la postre estamos ante las elecciones de una importante potencia global.
Dicho esto, seáis bienvenidos a nuestra sección de Elecciones por el Mundo; un espacio en el que nos sumergiremos en un proceso electoral concreto y lo analizaremos detalle a detalle desde una perspectiva politológica; y qué mejor forma de inaugurarlo que con las Elecciones Estadounidenses del 2020. Desde ya espero que sea de vuestro agrado y que nos acompañéis hasta el final.
Intentar comprender la lógica de las reglas electorales estadounidenses puede no ser una tarea sencilla —incluso para sus propios ciudadanos—; sin embargo, parte del compromiso de esta plataforma está en ayudar a nuestros lectores durante este camino. Por esta razón, les introduciremos brevemente en lo que consideramos la característica básica y primordial del sistema electoral del país angloparlante, no sin antes dar un repaso a las primarias, los candidatos y lo destacable de sus programas a fin de que juntos podamos analizar y concluir en torno a la contienda presidencial del presente año que se disputará finalmente el día 03 de noviembre.
Primarias y Candidatos 2020
La fiesta electoral estadounidense empieza mucho antes del día oficial de las elecciones en el supertuesday. Se trata, pues, de un proceso largo y complejo que da inicio con las famosas primarias y caucus: unos procedimientos normalmente abiertos llevados a cabo por los partidos para seleccionar a su candidato. En el mismo los ciudadanos votan por su aspirante preferido a liderar un determinado partido político en las elecciones presidenciales.
Esta manera de democratizar y politizar la vida pública en el grande de Norteamérica comienza en febrero y acaba en agosto, período durante el cual mes a mes van celebrándose elecciones bajo un sistema de eliminación en todos los Estados que acabarán en la Convención Nacional.
Las primarias de este año acarrearon consigo los cambios y el temor propios del contexto pandémico en el cual se desarrollaron, pero no por ello dejaron de ser controvertidas a la par que competitivas, sobre todo en la rama demócrata:
Partido Republicano
La impopularidad de Trump en torno a diferentes aspectos de sus políticas, los escándalos y del proceso de destitución o impeachment por un momento hizo pensar que el Partido Republicano optaría por una nueva figura para las siguientes elecciones presidenciales, pero, lejos de ello, consideró que hacerlo implicaría hacerle perder fuerza a un posible caballo ganador que les permitiría conservar las riendas del país. Añadido a ello, la decisión del presidente de permanecer en el cargo acabó en la desactivación de las primarias o caucus republicanos en diferentes estados, presagiándose desde un inicio la nominación del actual mandatario.

Los cuatro años en el poder han permitido a Trump aglomerar recursos suficientes para reafirmarse como candidato fuerte de su partido —si alguien tuviera que asegurar una segunda victoria sin duda será él—. El empresario tiene los medios económicos suficientes para llevar a cabo una campaña a la altura, y, además, su carácter fuerte y discurso populista han articulado alrededor de su imagen un fiel electorado al que difícilmente el partido demócrata logrará convencer.
Si bien algunos estados (Arizona, Alaska, Carolina del Sur, Hawái, Kansas y Nevada) dieron por canceladas sus primarias, otros sí que las celebraron; no obstante, el general apoyo al actual presidente es tal que convirtió dichas elecciones en un mero formalismo que legitimaría aún más su candidatura. En consecuencia, el resultado fue arrasador en todos los territorios obteniendo Donald Trump un total de 2,199 delegados —de los 1,276 necesarios para ganar— y solo uno su contrincante más próximo, el exgobernador de Massachusetts, Bill Weld.
Partido Demócrata
Las primarias 2020 tenían el foco puesto en el Partido Demócrata, ya que con la última derrota de Hilary Clinton y las consiguientes divisiones en el partido debían encontrar un candidato ideal que los llevara a la Casa Blanca y que supusiera un fuerte rival para el presidente Trump.
El panorama en este lado del espectro político fue distinto; en comparación hubo mucha más competencia entre los aspirantes, aunque unos con mayores posibilidades que otros. El ganador y exvicepresidente de los Estados Unidos en el mandado de Obama, Joe Biden, se enfrentó a otros 28 candidatos, entre ellos el excongresista de antaño Bernie Sanders frente a quién se alejaba de su postura socialdemócrata para ubicarse en más al centro.
De los 1,991 delegados necesarios para ganar, el también exsenador por Delaware obtuvo 2,727, seguido por Sanders con 1,118 y Elizabeth Warren con 60. El punto a favor y en contra de Bernie Sanders frente a Biden fue su ubicación ideológica: él mismo se ha descrito como “socialista” en un país donde dicha palabra no es bien recibida. Por un lado, dentro de las primarias lideraba el ala izquierda del partido junto con Warren a quien superaba significativamente; y por otro lado, el sector moderado de los demócratas se encontraba con mayor cantidad de personajes en competencia.
No obstante, temerosos de que su división pudiera hacer ganar al candidato más extremo dentro de las líneas del partido —y con ello, probablemente a Trump—, algunos de ellos (Bloomberg, Buttigieg, Klobuchar) decidieron retirarse y brindar su apoyo a Biden quien tenía mayores posibilidades de vencer al senador por Vermont.
Esta estrategia potenció la nominación del ahora candidato por el partido demócrata quien luego sorprendería presentando a Kamala Harris como su aspirante a la vicepresidencia, una figura que le permitirá acercarse al electorado afroamericano, inmigrante, femenino de tinte tanto moderado como progresista.

La comunidad latina de Florida —opuesta a gobiernos como el venezolano o cubano— se decantó por Biden en las primarias; sin embargo, el político aún tiene el reto de atraer a los simpatizantes de Sanders en su mayoría jóvenes o también llamados millenials con lo cual, si quiere fortalecerse, le tocará abrazar ciertos matices de su discurso pro-igualdad.
En este caso nos encontramos con una figura de larga trayectoria política que conoce bien el “tejemaneje” de las elecciones presidenciales al haber intentado nominarse al frente del partido demócrata en las elecciones de 1988 y 2008. Se trata, pues, del postulante de perfil irlandés con mayor posibilidad de atraer a los desencantados de Donald Trump y a los indecisos; a saber: los votantes blancos obreros y de clase media.
Programas
Las propuestas de los respectivos candidatos se han visto condicionada por la reciente pandemia de la Covid-19 que exige respuestas concretas ante un deterioro económico y social a nivel mundial. En este sentido, resultó importante para los líderes demócrata y republicano reconducir sus propuestas y estrategias en esta dirección.
Donald Trump, fiel a su discurso se presenta con un programa netamente nacionalista (Keep America Great, America First) —y todo lo que ello comporta en cuestiones de política interna— lo cual advierte una serie de propuestas relacionadas a la continuación de o prometido en 2016 (Promises Made, Promises Kept). En contraste, Joe Biden apuesta por propuestas más al estilo Obama de carácter moderado.
En materia económica el mandatario mantiene su política proteccionista. Frente a la situación de desempleo producto de la pandemia, Trump propone potenciar la industria estadounidense, invertir en su plan de infraestructura y recuperar los empleos perdidos. En la misma línea rechaza el comercio externo lo que implica una segunda parte de la disputa con su China, su rival comercial.
Por otro lado, Biden se centra en la revitalización de la clase media estadounidense —entre otras razones, para ganarse a los adeptos de Sanders— sin alejarse de las clases altas. Para enfrentar el desempleo el candidato propone invertir un total de $700 mil millones en industria, $300 mil millones de dólares en investigación, tecnología y desarrollo, y otros $400 mil millones que permita la adquisición federal de productos nacionales.
Su promesa del aumento del salario mínimo ha resultado atractiva entre el electorado, pero lo característico de su programa ha sido el énfasis en cuestiones climáticas y energías limpias vinculadas a sus propuestas económicas, punto en el cual colisiona con el presidente Trump quien no ha dejado de mostrar su escepticismo al calentamiento global e inició el retiro del Acuerdo de Paris hace un año.
Partiendo nuevamente de su base nacionalista, el candidato republicano sigue llamando la atención en asuntos de inmigración que ha sabido conjugar con el drama del coronavirus, el mismo que le ha supuesto un argumento ideal para aplicar mayores restricciones al tránsito de inmigrantes. La hostilidad hacia esta comunidad ilegal sigue formando parte de su campaña y aquello se refleja en medidas que pretenden reducir las peticiones de asilo, inacceso a asistencia social y ayudas, y la continuación del —para algunos utópico— muro fronterizo con México.
Todo lo contrario propone el candidato demócrata quien ha prometido suprimir las medidas de inmigración aplicadas por Trump durante su periodo de gobierno. El eje de su campaña, en este sentido, parte de considerar a los Estados Unidos como un país de inmigrantes, con lo cual quiere poner freno a las restricciones de viaje para los provenientes de países musulmanes impuestas por el presidente, reactivar la lotería de visas, y proteger a los dreamers (hijos de inmigrantes ilegales que entraron a los Estados Unidos y se asentaron allí, pero con la mayoría de edad enfrentan retos por su condición irregular) a quienes Trump quiso deportar.
Sin embargo, a raíz de los acontecimientos, lo más esperado por los electores y el mundo entero han sido las propuestas en materia sanitaria. Ante ello, el presidente ha prometido la revocación del Obamacare, una ley sanitaria que califica de inconstitucional, además de múltiples recortes en cuestiones de seguridad social. En contraste, Joe Biden propone no solo mantener la ley sino también ampliarla.
Escenario tras la crisis sanitaria de la Covid-19
El alto número de muertos e infectados de Covid-19 en Estados Unidos puso en jaque la campaña de Donald Trump quien se enfrenta a severas críticas en torno a su gestión de la crisis. Si bien el presidente sobresalió por dar al país cuatro años de estabilidad económica, la pandemia plantearía un panorama complicado para el ahora también candidato quien perdería el “punto fuerte” de su gobierno.
Esto se ve reflejado en su índice de confianza económica que cambia considerablemente entre enero y junio del 2020. Según las estadísticas de Gallup, el mandatario comenzó el año con un +40 de puntuación, la más alta cifra registrada por esta empresa en período de elecciones presidenciales. Sin embargo, habiéndose asentado la pandemia en junio del mismo año, la calificación se reduce a-21, una significativamente baja.
En la misma línea, el 3% de estadounidenses, para quienes en enero las cuestiones económicas (economía/empleo/inflación) eran el principal problema que enfrentaba el país, se transformó en un 13% en el mes de junio. Cabe mencionar que en gobiernos anteriores este porcentaje era notablemente más elevado —siendo el de Trump 2020 uno de los más bajos junto con el de Nixon 1972—; sin embargo, la lectura de fondo que ofrece este dato es que en un periodo tan corto de tiempo la situación económica ha comenzado a preocupar a los ciudadanos que son capaces de percibir un cambio pre y post Covid-19 en su vida diaria.
Una tercera y última estadística que reafirmaría una probable perturbación en la campaña del actual presidente a causa de la crisis sanitaria es la aprobación de su gestión económica. En enero el republicano arrancó con un 63% de aprobación que caería al 47% en junio. No obstante, Obama en 2012 y George Bush en 2004 poseían cifras similares pese a las cuales lograron la reelección. Además, el 18% de aprobación económica de Bush padre antes de su segunda victoria en 1992 invita a cuestionar qué tanto afecta este último dato a la reelección de los candidatos.
Para entender por qué esta última calificación no es tan devastadora como se presumía —y que por el contrario resulta estable en comparación con la de candidatos pasados— hay que tener en cuenta que cierta parte del electorado, para beneficio de Trump, comprende que no estamos en un estado normal de cosas y que la pandemia es un caso fortuito.

En líneas generales la gran interrogante que se presenta es si esta crisis pasará factura de cara a los resultados electorales del líder republicano ya que su discurso populista característico, en un contexto que requiere más acciones que promesas, podría ya no calar del mismo modo en la sociedad. Sin embargo, las consecuencias de la pandemia no solo se materializan en el ámbito de las encuestas, sino también en el propio desarrollo de los comicios:
El confinamiento y distanciamiento social obligaron a que las primarias en algunos estados postergaran su fecha oficial y que las tradicionales campañas con grandes mítines multitudinarios se transformaran en transmisiones virtuales. Pero lo que causó mayor conmoción para el candidato republicano es el voto por correo, una medida alentada a la cual desde un inicio ha mostrado rechazo por considerarla corrupta y con grandes probabilidades de permitir un fraude electoral.
Si bien el voto por correo no es una práctica nueva en los Estados Unidos, se estima que el porcentaje de ciudadanos que optará por esta vía aumentará considerablemente, sobre todo los que favorecen al candidato demócrata. Esto parecería estar realmente detrás de constante aliento a votar dos veces (por correo y presencialmente) por parte del presidente a sus simpatizantes, una práctica considerada delito en el país.
Este es el panorama en el que nos encontramos hasta el momento. Las diferentes encuestas ubican a Joe Biden a la delantera de la contienda; no obstante, como veremos en el siguiente epígrafe, estamos probamente ante las elecciones estadounidenses más impredecibles de la historia por el mismo carácter cambiante que implica la pandemia.
Estados en disputa
Estados Unidos de América tiene un sistema presidencialista, es decir, la rama ejecutiva es Jefe de Estado y Jefe de Gobierno. Esto, además, supone una división de poderes más marcada en comparación con los parlamentarismos. A pesar de ello, la elección del Presidente no se da de manera directa por los ciudadanos, sino que estos eligen a compromisarios quienes se encargarán, en el Colegio Electoral, de seleccionar al próximo presidente y vicepresidente.
Este instrumento constitucional —cuya única función es la elección presidencial— no es el cuerpo nacional, sino federal, es decir, el número de compromisarios o delegados es diferente en cada estado e irá en función de su representación poblacional en el Congreso. Aquella importante particularidad sin duda condiciona el desenlace de la contienda, ya que habrán estados con más votos electorales y que por tanto jugarán un papel determinante en el resultado final ¿esto en qué se traduce? En que los candidatos prestarán más atención a unos estados que a otros durante la campaña.
Si nos remontamos a las elecciones de hace cuatro años recordaremos que en la mayoría de los Estados clave salió victorioso Donald Trump lo que le permitió adquirir una cantidad de compromisarios superior y, por consiguiente, vencer a Clinton a pesar de haber un mayor número de votos emitidos en favor de la candidata. Este año, a tan solo 35 días de las elecciones, el panorama no difiere del todo.
Hasta este punto del artículo, algunos de nuestros lectores ya habrán podido percatarse de que, así como el que gana más votos no tiene porqué ser el vencedor de la contienda, los sondeos nacionales tampoco son una herramienta completamente infalible al momento de predecir el resultado de las elecciones estadounidenses. Hoy las encuestas presentan a Joe Biden como el próximo presidente; sin embargo, al igual que hace cuatro años éstas daban por hecho de que Clinton sería la elegida, no es preciso tropezar con la misma piedra y, por el contrario, ampliar nuestra perspectiva de análisis.
Hasta este punto del artículo, algunos de nuestros lectores ya habrán podido percatarse de que, así como el que gana más votos no tiene porqué ser el vencedor de la contienda, los sondeos nacionales tampoco son una herramienta completamente infalible al momento de predecir el resultado de las elecciones estadounidenses. Hoy las encuestas presentan a Joe Biden como el próximo presidente; sin embargo, al igual que hace cuatro años éstas daban por hecho de que Clinton sería la elegida, no es preciso tropezar con la misma piedra y, por el contrario, ampliar nuestra perspectiva de análisis.

La BBC realizó un muestreo de encuestas nacionales de los últimos catorce días creando una línea de tendencia. En el mismo se observa que la media posiciona al Partido Demócrata siete puntos por delante del Republicano, una diferencia más significativa respecto de las elecciones del 2016.
El mapa a la fecha en la que se escribe este artículo se presenta de la siguiente manera:

Un primer vistazo nos lleva a prestar atención a ciertos Estados que apoyaron a Trump en las elecciones pasadas pero que este año estarían virando al color azul y, por lo tanto, podrían ser el punto de inflexión en favor de Biden. Hablamos de Wisconsin (10), Michigan (16), Pensilvania (20), Ohio (18) y Carolina del Norte (15), cada uno de ellos con diez o más electores.
Estos estados ubicados en una zona conocida como cinturón del óxido (rust belt) —a excepción de Carolina del Norte—, se caracterizan por ser zonas industriales, con un electorado afectado por la globalización y de un pasado electoral tradicionalmente demócrata. No sería conveniente para el actual presidente perderles en esta próxima contienda, ya que hace cuatro años logró convencerles de votar por su persona (más que por el partido) dándole la victoria para obtener el cargo que hoy ocupa.
Sin embargo, aunque las fichas parecen sencillas de interpretar reiteramos que dar por ganador a Biden es pecar de apresurado puesto que hasta hace poco Arizona y (11) y Florida (29) formaban parte del conjunto de estados anteriormente mencionados donde estaría ganando demócrata por un margen un tanto considerable; pero está de más decir que en política 35 días es una eternidad y actualmente el cierre de la brecha presagiaría un remonte de Trump en estas zonas. Otro ejemplo es Pensilvania que, según Five Thirty Eight, hace dos meses se pintaba azul por una diferencia de 8 puntos porcentuales (50% vs 42%) recortándose hoy la distancia a los 4.8 puntos (49.7% vs 44.9%).
Florida, además de ser un Estado valioso para los partidos por su gran cantidad de votos electorales, también forma parte del famoso péndulo o swing states: estados que históricamente no se han caracterizado por decantarse por un determinado partido de forma continua pero que poseen un caudal importante de votos en el Colegio electoral que les convierte en determinantes en el resultado. Este estado, que alberga una alta tasa de inmigrantes hispanos, está geográficamente dividido en cuanto al voto y es por ello que el resultado en la zona será trascendente. Les invito entonces, a no perderlo de vista.
Si Biden finalmente logra hacerse con los estados del cinturón del óxido a Trump le tocaría mantener los territorios ganados en las elecciones pasadas puesto que difícilmente los estados costeros del este y oeste (Oeste: California, Oregón y Washington. Este: Maine, Vermont, New York, Rhode Island, New Jersey, Connecticut, Delaware, Maryland, DC, Virginia, etc.), férreos demócratas, cambiarán su voto a republicano. Por otro lado, si el exvicepresidente pierde el rust belt frente a Trump, deberá asegurarse el inmenso voto latino de Florida y Arizona.
Los acontecimientos del 2020 han hecho que el pronóstico de estas elecciones pueda cambiar de la noche a la mañana. Las manifestaciones antirracistas en nombre del fallecido George Floyd y la gestión de la crisis sanitaria tambalearon la idea de que Donald Trump no tenía competencia; no obstante, su apoyo no ha disminuido como muchos hubieran esperado luego de la pandemia.
A cinco meses de arduas protestas y a siete del inicio de la crisis sanitaria, las aguas se han calmado, y si el actual presidente es capaz de rescatar las oportunidades hasta de los peores escenarios podrá salir airoso en la contienda. Una posible vacuna antes del día electoral podría mejorar el panorama para el líder republicano y las críticas a su mala gestión frente a la Covid-19.
Las encuestas dibujan un escenario victorioso para los demócratas, pero nada asegura que Biden tenga a los estados indecisos en el bolsillo. Los asesores de campaña del presidente Trump desplegarán toda su artillería para intentar hacerle vencedor alcanzando poco a poco el empate y llegando a sobrepasar la intención de voto como viene ocurriendo de manera sigilosa.
Sin embargo, si el exvicepresidente utiliza las estrategias adecuadas y en el momento oportuno podría mantener sus cifras en el tiempo que resta. A su favor tiene su posición moderada, demócrata y conciliadora en un escenario extremadamente polarizado. Dicen que si el río suena es porque piedras trae y, en este sentido, los constantes ataques hacia su persona por parte del líder republicano reflejan que éste ve en Biden un rival a su nivel.
Acercándonos al final de este artículo y considerando toda la información analizada hasta el momento nos queda decir que debemos estar preparados ante cualquier sorpresa que puedan acarrear estas próximas elecciones, por ejemplo, en el conteo de votos. Como vimos, el distanciamiento social está influyendo en que un gran número de votantes (sobre todo demócratas) decida ejercer su derecho vía correo, con lo cual una primera impresión podría reflejar como ganador a Trump; pero habrá que esperar a que los demás votos terminen de contarse lo que podría tomar varias horas e incluso días.
Lo que sí está más claro es que cualquiera que sea el resultado final no estaríamos ante unas elecciones aplastantes —como a las que Estados Unidos nos tuvo alguna vez acostumbrados si recordamos los comicios de 1964, 1972, 1980 y 1984— sino muy reñidas y que se decidirán el mismo sábado 03 de noviembre cuando los estadounidenses decidan quién será el nuevo inquilino de la Casa Blanca.