Del Mar de Aral a Doñana pasando por el Mar Menor. Un viaje por la codicia humana.

El Mar de Aral, que fue el cuarto mayor lago salino del planeta, se encuentra en el corazón del Asia Central, en las fronteras de Uzbekistan y Kazajstan, antiguas repúblicas del la URSS. Doñana, en el extremo occidental de Europa, sobre el estuario del Guadalquivir, es un conjunto único de ecosistemas en torno a las mayores marismas de Europa. El Mar de Aral, Mar Menor y Doñana, separados por miles de kilómetros, comparten desgracia y, si no lo evitamos, destino.

Cuatro grandes mares se sucedían geográficamente, desde Europa hasta Asia Central: el mar Mediterráneo, el mar Negro, el mar Caspio y el mar de Aral.  En la década de los sesenta del siglo pasado, estando al frente de la URSS Leónidas Brezhnev y su corte de corruptos, Moscú decidió que había que incrementar la producción de algodón en el Cáucaso para satisfacer la creciente demanda interior y, sobre todo, multiplicar los beneficios que dejaba la limitada producción algodonera en las cuencas del Amu Daria y el Sir Daria, los dos grandes ríos que vertían sus aguas en el otrora gran mar interior. La idea para multiplicar el cultivo de algodón fue simple: desviar las aguas de ambos ríos hacia el desierto, obteniendo regadíos donde la naturaleza tan sólo había dispuesto aridez y utilizar masivamente abonos químicos para obtener mayores cosechas artificialmente.

Imágenes aéreas del Mar de Aral a lo largo de las últimas décadas

La codicia y estupidez humanas lograron secar el enorme Mar de Aral y contaminar irremisiblemente tanto el antiguo fondo marino como las cuencas de los ríos que fluían hasta él. Consiguieron acabar con la fuente de más de un tercio del pescado que se consumía en la Unión Soviética y hundir en la miseria más absoluta a más de tres millones de personas que dependían directamente de las aguas del Aral. Hoy centenares de esqueletos de barcos pesqueros, situados a más de un centenar de kilómetros de las aguas que aún no han desaparecido, son los últimos testigos de un desastre ecológico, humano y económico que hasta hoy sigue cobrándose víctimas.

En la década de los 80 del siglo pasado, a unos miles de kilómetros del desastre soviético, se materializa otro brillante proyecto: el trasvase Tajo – Segura para poner en regadío  miles de hectáreas de secano en el Levante español. Al incremento de regadíos mediante el agua del trasvase hay que sumar la extracción descontrolada de agua del subsuelo a través de más de 1.600 pozos “legales” y un número sin cuantificar de ilegales. El agua que se extrae de los pozos registrados por la Confederación Hidrográfica del Segura es un completo misterio ya que no se controla de ningún modo el caudal y se desconoce por el organismo de cuenca la realidad de las superficies regables.

Al igual que en los secarrales asiáticos para hacer productivos estos regadíos se recurre al uso masivo de fertilizantes químicos. El “milagro” económico del Campo de Cartagena supone que al Mar Menor lleguen anualmente, durante décadas, más de cuatro mil toneladas de nitratos… hasta que el ecosistema de la mayor laguna interior de Europa es incapaz de seguir absorbiendo más contaminantes y en 2016 colapsa. El Mar Menor de aguas cristalinas llenas de vida da paso a una laguna verde y putrefacta en la que fauna y flora autóctona no pueden sobrevivir.

Doñana, el mayor humedal de Europa, Patrimonio Natural de la Humanidad, se encuentra bajo asedio desde los años 80 del siglo pasado por las mismas fuerzas destructivas: expolio de los recursos hídricos, urbanismo salvaje, sacralización del beneficio económico de unos pocos. Desde esos años se han duplicado las extracciones ilegales de agua para alimentar cultivos de algodón, arroz y fresa. Miles de pozos extraen agua del acuífero que alimenta el sistema de las lagunas provocando el continuo retroceso de las superficies inundadas. Ahora el gobierno del PP en Andalucía pretende legalizar esos miles de pozos amnistiando a los ladrones de agua (que deberían ser sancionados y sus pozos clausurados) firmando definitivamente la sentencia de muerte del Parque. Desde las desérticas llanuras de Asia Central hasta las dunas del estuario del Guadalquivir el desastre se repite, sin que quienes se encuentran al volante hagan nada por evitar la catástrofe. Un permanente viaje por la estupidez y la codicia que sólo es posible gracias a la pasividad de sociedades que dejan hacer y deshacer a gobernantes y empresarios sin demasiados escrúpulos.